viernes, 29 de octubre de 2010

Un viejo paranoico me avisó, durante el censo, sobre lo de Néstor. Sentí un vacío monumental, la ausencia de todo, por alrededor de 5 segundos.
Lo que duró del censo, al tener un barrio clase media, no tuve muchas otras expresiones (más allá de la solemnidad de aquél que tenía un hijo nacido el 17 de octubre) que me recuerden el hecho. Capté un pedazo del discurso de Chávez y no mucho más. Indiferencia o algún comentario suelto, como si se hubiera muerto el presidente de Sudán. Así que no sentí el hecho en sí.

Llegado a casa a las diez de la noche sin más alimento en el día que una frutigrán, no me quedaron fuerzas como para ir a la Plaza a acompañar en el momento. Lo vi por la tele. Y ahí empezó el nudo, en la garganta, en el pecho y en el cerebro.

Al día siguiente salí a las 16 de casa, tomé el bondi, bajé al subte. El nudo no se desataba más. También leí diarios y escuché las conversaciones de alguna gente. Pero el nudo, el nudo.

Pasó la noche y también el día de hoy. Solamente después de ver una repetición a las seis, siete de la tarde, de Cristina abrazando el cajón de su marido luego de que un chacarero de verdad le dijera las cosas como son, me quebré. Y después varias veces más. Y así el nudo se desató, ahí pude hablar, y ahí caí en la cuenta de que nos quedamos definitivamente y pese a todo, sin Nestor Kirchner.