lunes, 27 de abril de 2009

El día en que Natura pifió

Como gran parte de la comunidad mundial, tengo al menos un perro como mascota.
En mi caso, dos. Una es Canela, Dobermann medio gris, medio marrón (recurrir al nombre por si quedan dudas); un ejemplar muy bonito que padece el síndrome de la vedette: es hermosa, pero igual de boluda. Su boludez reside en, con el porte que tiene, su peso y altura, creerse un pekinés, o a lo sumo, un perro un poco más mediano (no me pidan más razas), de no más de quince o veinte kilogramos; amén de también comportarse como un bebé de pecho.
La otra perra es Pupi, un perro sin raza, conocidos como "Puro Perro" o de la calle. Es muy linda, mucho mas chica que la anterior, y con unas patas que parecieran enfundadas en bonitos guantes blancos. Es mayor, debe andar por los cinco o seis años, y me debe llegar a las rodillas (la altura del perro eh).

Todos sabemos el olfato y el oído prodigiosos de estos animales.
Cuando uno vive en edificio -aparte de ser una locura tener dos perros en un departamento-, se puede escuchar un resabio del sonido que fue. El eco, le suelen decir. Y si uno puede escuchar los pasos de una señora que esta subiendo las escaleras un piso antes, qué decir de un cánido. Esto aumentado a vaya a saber qué potencia cuando los horarios suelen ser rutinarios, y todos sabemos el apego de los perros por la rutina.

Por eso, me sorprendió sobremanera justo este momento -en realidad, hace diez minutos, cuando se me pasó por la cabeza describir esta anomalía- en que la mayor, la más experimentada, Pupi, paró la oreja y empezó a correr por la casa y a buscar algo que ofrecerle al recién llegado (ritual propio de ella). Decía que me sorprendió, ya que escuchaba pasos de quien supuestamente era mi vieja, en un horario demasiado poco habitual hoy Lunes. A mi sorpresa se le sumó el hecho de que mi otro ejemplar, "la boluda", también empezó a celebrar por anticipado (cual Colón ante Vélez) el arribo.
Cuando la llegada era inminente, sucedió lo que usted lector podría imaginarse. No era quien esperaban. Ni siquiera mi casa era el destino. Algún vecino que vuelve del laburo, de pasear, era el de los pasos que retumbaban. Ambas quedaron con sus ojos ante la puerta, como esperando que no fuera cierto, que realmente fuera ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

moraleja... la boludez es contajiosa...cuidado!!!! jajajaja
son lindas y necesarias las mascotas.tk